PARIS/ Por dónde empezar a escribir esta nota con alguien que ha roto todos los pronósticos y adjetivos. No es fácil, como tampoco lo fue para el “escoces volador” que cayó de pie, pero sufriendo una nueva frustración ante un ser de otro planeta como lo es el serbio. Este domingo de junio quedará aferrado a los mejores momentos del tenis mundial. Es que por primera vez en la historia de Roland Garros, un serbio se coronó campeón de la competición. Y no uno cualquiera. No, para nada, ya que Novak Djokovic, cuatro veces finalista en París, dejó atrás la maldición que le impedía reinar en la arcilla gala superando a un Andy Murray que dio batalla pese a caer por 3/6, 6/1, 6/2, 6/4, que empezó muy fuerte y se desinfló casi de inmediato. El británico no fue capaz de soportar el peso del partido y el serbio aceptó el testigo con gusto. Con 12 Grand Slams en su vitrina y ya ninguna gran plaza sin desbloquear. El número 1 del mundo dio esta tarde un paso más para convertirse, el tiempo lo dirá, en la mejor raqueta de la historia, quizás por arriba de su majestad Sir Roger.
En este contexto muchas veces, dentro de un mismo partido, existen mini-encuentros. Esta final de Roland Garros 2016 fue un claro ejemplo. La batalla empieza con Murray perdiendo su servicio en blanco. Final del primer mini-partido. A continuación, Novak Djokovic emula los pasos del británico y también entrega su saque de la misma forma, aunque no acabaría aquí el préstamo. El número 2 del mundo se vino arriba como quien dice y siguió ampliando su ventaja hasta colocarse 4-1 e incendiar las tribunas de la Philippe Chatrier colmadas.
Sí, hoy esas tribunas no eran francesas y mucho menos eran neutras. “Nole, Nole, Nole” repetían una y otra vez para sustentar al de Belgrado. Mientras tanto, el de Dunblane seguía apegado lo suyo. Con un break de ventaja, Andy únicamente se preocupaba de lo que pasaba en la cancha., ¿y qué era lo que pasaba? Pues que el escocés estaba barriendo al serbio, sin complejos. Un recital que le llevaba a quedarse con el 1º parcial por 6/3 y porque no crearle una duda a su rival que lo miraba con mucha atención. Cabreado, con un lenguaje corporal negativo, incluso entrando en peleas absurdas con el juez de silla debido a bolas intrascendentes. “¿En serio? ¿Mi cuarta final en París y también la voy a perder?”, pensaría seguramente Djokovic. Desde luego, si insistía en este tipo de guión, la función no tendría un desenlace dichoso para él. Pero allí el balcánico decidió empezar a escribir su propio guion.
Apenas corrían solo 45 minutos de contienda pero el cuerpo ya pedía inyectarse una dosis de estadísticas. Andy Murray jamás había perdido un partido en Roland Garros tras ganar el primer set (26/26). Pero todavía hay más. Es que en ese contexto, en los últimos 15 enfrentamientos entre los 2 jugadores, el vencedor del 1º set acabó llevándose el triunfo. Datos interesantes para saber en qué tipo de rieles se suelen mover estos dos trenes. Pero como siempre, el factor mental terminaría siendo el pentagrama más relevante y también el más difícil de interpretar. La música de gaita le daba lugar a la orquesta serbia. Es que un rápido repaso a la historia más reciente decía que Novak, el año pasado había comenzado ganando el primer parcial a Wawrinka para luego terminar cediendo en cuatro. Esta vez, podría ser al revés.
Pero acá algo está muy claro. Si este hombre lleva en lo más alto del ranking desde hace dos veranos no es solamente por cómo maneja la raqueta, también por cómo maneja la cabeza. Tras recibir el golpe del 6/3, el balcánico salió a morder en la reanudación, dispuesto a equilibrar la balanza cuanto antes. Subió dos peldaños su nivel, el escocés lo bajó uno y, en un suspiro, se cerró el segundo mini-partido de la final. Aceleró el serbio con un contundente 3-0 que punto a punto fue sumando a un 6/1. Fue tan fugaz que apenas le dio tiempo a Murray de saborear su gran inicio de partido. El duelo seguía siendo sobre arcilla, pero ya no había tierra de por medio para ninguno de los dos. Acababa de terminar el 3º mini-partido.
Desde ese momento, todo lo que pasaba en la pista central de Roland Garros se volvió más lento, se cuidó cada movimiento con minuciosa precisión. Ambos habías mostrado ya sus mejores cartas, pero ahora debían defenderse con las menos buenas. Con la nube de la presión asomando ligeramente es sus cabezas, llegaba el momento de la verdad, el de dar un paso al frente y firmar un tercer set determinante para el desarrollo de la final. Y así fue como navegando todavía con la inercia del 2º parcial, Novak Djokovic dio un golpe sobre la mesa que hizo temblar hasta la Torre Eiffel. Un 6/2 que le dejaba a las puerta del cielo. Seguramente más de uno debió recordar la canción de Gigliola Cinquetti “A las Puertas del Cielo “y la entonó mientras disfrutaba del partido y el sol primaveral que había estado ausente varios días.
Entonces la conclusión tuvo más tensión que soltura tanto en uno como en otro, pero era el de Belgrado quien venía montado en esa inercia positiva. La montaña ya era demasiado alta como para escalarla, aunque enfrente estuviera el número 2 del mundo, vigente campeón de Roma e invicto en sus últimos 11 partidos. La celebración se fue edificando sin prisa mientras veíamos funcionar a la conexión Becker-Vajda entre la multitud, descubríamos a algún que otro actor de referencia entre el público e incluso a la famosa Sigrid, referencia absoluta mientras ondeaba su bandera en apoyo a su jugador fetiche. Y aunque al número 1 le entraron los nervios justo al momento de saltar al vacío (sí, también es humano, aunque parezca de otro planeta ya quedaba poquito que contar. Simplemente presenciar el choque de manos y empezar con la entrega de trofeos. Sin embargo el escocés vendió cara su derrota, lucho, intentó volver al partido, luchando contra su físico, su mente y al nº1 del mundo enfrente, pero la película ya tenía final.
No le fue fácil, le costó, pero tanta lucha tuvo su premio, Novak Djokovic es campeón de los 4 Grand Slams y se une al grupo de 7 fantásticos que ya conformaban Don Budge, Rod Laver, Roy Emerson, Fred Perry, André Agassi, Rafa Nadal y Roger Federer. Este último, curiosamente, logró también cerrar el círculo en París, al 4º intento, a los 29 años y sin Nadal de por medio. Curiosa semejanza. Y no cabe ninguna duda que hubiera sido tan grande el golpe de abandonar Francia con otra bandeja de plata en la maleta que el serbio ni siquiera pensó en la posibilidad de caer derrotado. Aunque debió remar de atrás.
¿Y ahora qué? ¿El Oro en los Juegos? ¿El Masters 1000 de Cincinnati? ¿Las 302 semanas de Federer como Nº1? Lo que él quiera. La piedra más pesada que arrastraba ya descansa en paz en un rincón de su cabeza, su cuerpo responde como la máquina que es y el panorama indica que esta Era, su Era, no tiene pinta de evaporarse a corto plazo. La Historia de este deporte ya lo abraza como uno de los mejores deportistas de siempre y esto es algo que ya jamás nadie podrá discutir. Si a Novak cada vez le falta menos, la medalla de oro puede ser suya, el Masters 1000 de Cincinnati será un número más y las semanas del suizo un mero dato estadístico. Por eso sigue haciendo historia y No-Le falta casi nada. Como postal para el recuerdo quizás recibir el trofeo del italiano Adriano Panatta que marcó junto a Vilas, Borg y Connors entre otros otra década de grandes hazañas. .Pero este presente tiene magia serbia.